Cristina Iglesias Fernández, Anestesióloga del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) nos cuenta su experiencia en Guatemala
La asociación humanitaria Sira, creada por médicos del Principado, trabaja en el ámbito rural del segundo país más pobre de Latinoamérica
Carlos adolescente, sufría un tumor de glándulas suprarrenales. Se trata de una enfermedad muy grave que afecta a órganos como el riñón, el corazón y el cerebro. Si no se interviene con celeridad puede causar la muerte. Fue diagnosticado en un hospital privado después de que sus padres lo hubieran llevado varias veces a un centro público sin lograr que le hicieran prueba de imagen alguna. Pero había un problema insalvable, su familia no tenía dinero para la operación.
No se dieron por vencidos. Se pusieron manos a la obra. Hipotecaron su casa a precio de usura -con intereses superiores al 25 por ciento – , vendieron la ambulancia con la que trabajaba el padre… En definitiva, pasaron de ser pobres a ser extremadamente pobres. Todo para poder pagar la intervención por adelantado. Pero en el postoperatorio surgieron complicaciones: un problema respiratorio agudo por un embolismo pulmonar. Y para atajar este contratiempo ya no había dólares. El hospital envió a Carlos a su casa: una cabaña sin agua corriente y sin luz, a 280 kilometros del hospital donde le habían operado.
Por situaciones como la de Carlos, y por muchas otras razones, la llegada a Guatemala resulta impactante. Aterrizamos en la capital del país, un lugar inseguro, peligros. En las primeras 48 horas, una apretada agenda nos hizo contactar con todos los benefactores que iban a hacer posible nuestra actuación médica en zonas indígenas. Visitamos los hospitales Roosevelt, San Juan de Dios, Von Han (actualmente cerrado por el covid). Nos entrevistamos con los directivos de las fundaciones que acogerían a los niños y familias durante los desplazamientos para las intervenciones quirúrgicas. Realizamos gestiones con representantes del Gobierno guatemalteco y de la embajada de España para concretar los planes de actuación…
Pero, antes de seguir, voy a situarles un poco para que mi relato se comprenda mejor. Desde hace diez años, dos médicos asturianos, Germñan Rodríguez, pediatra, y Juan Bautista García Casas, profesor de la Universidad de Oviedo, desarrollan un proyecto de ayuda humanitaria asistiendo sanitariamente a la población indígena de una de las zonas más deprimidas del mundo: el Quiché. Durante estos años, ellos solos o acompañados por otros médicos voluntarios – generalmente amigos o estudiantes de medicina- han desplegado numerosas actuaciones que han permitido resolver problemas de salud que, sin su generosidad, habrían persistido de por vida.
La asociación humanitaria creada por Germán Rodríguez, surge de su entusiasmo y dedicación a los niños. Le ha dado el nombre de su madres, Sira, que representa la imagen de la entrega y la dedicación a los más necesitados. El doctor Rodríguez se jubiló en el año 2011 y , entonces, decidió hacer aquello que siempre le había apasionado desde su infancia: ayudad a los más pobres y centrar su especialidad médica en los niños más vulnerables.
También debo explicar que, para mí, los años 2020 y 2021 fueron complicados -como para todo el mundo- a causa de la pandemia de coronavirus. La situación vivida en mi hospital me había dejado emocionalmente tocada y necesitaba un cambio de aires. Solicité un permiso sin sueldo, y así empezó todo. Acompañar a un colega tan experimentado me abrió las puertas de un proyecto imposible unos meses antes. Mi experiencia era cero.
Después de todos los trámites previos, por fin iniciamos el viaje hacia el Quiché. Las distancias allí no se miden en kilómetros, sino en el tiempo que se tarda en llegar por carreteras tortuosas y muy transitadas, llenas de obstáculos y dificultades: un camión que se detiene en una pendiente sin motivo conocido, un árbol en medio de la carretera, un accidente, unos autobuses de línea que aquí llamaríamos tartanas y allí se llaman camionetas… En fin, 280 kilómetros de un infierno y más de ocho horas de viaje para llegar al lugar más bello y deprimido que uno pueda imaginar.
Enseguida percibes que ya no existe el peligro de la gran ciudad, que son gente buena. Lo hueles en el ambiente. Sus caras, sus ojos, sus gestos, te aportan inmediatamente paz. Curiosamente, el paisaje se asemeja mucho al de nuestra montaña asturiana: las cumbres repletas de árboles, la milpa (maíz) trepando por las pendientes, los poblados que recuerdan a nuestros pueblos y aldeas…
El Quiché es uno de los 22 departamentos que conformas Guatemala. Situado en la región noroccidental del país, limita al norte con México (Chiapas). La orografía, montañosa, alcanza alturas de hasta 3.000 metros en un sistema de cordilleras que atraviesa el departamento de oeste a este. Predominan los climas frío y templado.
Nuestro destino es Nebaj, una de las tres poblaciones del triángulo ixil: Nebaj, Cotzal y Chajul. Son indios mayas que, además de pobres, fueron azotados por una cruenta guerra civil entre 1960 y 1996. El resultado de esta guerra fue un retroceso muy importante de la religión católica, que participó activamente en la defensa de las poblaciones indígenas desplazadas de sus territorios, por los intereses de los grandes terratenientes ante la aparición de petróleo en el área de Ixcan.
Religión y superstición se unen a la desconfianza de estas gentes. Las dificultades del terreno y la terrible desinformación impiden que estas personas en situación de extrema necesidad accedan a los servicios sociales y sanitarios que, aunque escasos, el Estado o las grandes ONG pueden prestar.
La sanidad en Guatemala es muy deficiente. Ser rico o ser pobre determina vivir o morir. Los pobres están condenados al abandono sanitario por un sistema que no les protege. Una simple radiografía es prácticamente imposible; no digamos ya una ecografía o un TAC . Una fractura por un accidente laboral implica la expulsión del trabajo y la retirada de la asistencia a la persona afectada. Los tumores no se diagnostican precozmente y tampoco el Estado financia el tratamiento oncológico complementario.
En medio de este caos, personas como Germán y Juan son capaces de encender una luz en el camino de estas personas: buscar un hospital o un médico adecuados, gestionar y financiar los traslados a los hospitales, soportar económicamente el coste de la quimioterapia y la radioterapia de los tumores infantiles, la ayuda a las familias para que puedas acompañas a su hijo enfermo y darle la asistencia necesaria para superar la enfermedad…
El pequeño hospital de Nebaj fue inaugurado en el año 2000. De financiación pública, atiende principalmente a pobres, asiste a unos 75.662 habitantes, ofrece principalmente medicina general, pediatría, ginecología y obstetricia, traumotología y cirugía general. Los medicamentos no son gratuitos: hay que pagar cualquier medicina que uno precise. Las pruebas diagnósticas que no pueden hacerse en la medicina pública si se hacen en hospitales privados: eso sí, pagándolos.
La enfermedad implica en estos países no solo tristeza y dolor, sino perder los pocos bienes que uno pueda tener. Existen médicos privados que cobran minutas imposibles a personas que han de hipotecar sus más preciados bienes para asistir a un familiar. Y lo peor es que la mayoría de las veces sin la garantía de resultados. Las mujeres con niños con malformaciones, anoxia cerebral, etcétera, son condenadas a arrastrar esta carga y se convierten en esclavas de sus familias y maridos.
En este dantesco paisaje actúa la asociación Sira. La radio es el principal medio de comunicación. Desde ella se hace un llamamiento en castellano y en ixil para que las familias que tengan niños con enfermedades que no han recibido asistencia médica o sufran malformaciones sean valorados por médicos de la asociación. También los asistentes sociales del hospital de Nebaj colaboran poniendo en contacto a las familias con la asociación. Para esos pacientes, pequeñas distancias se convierten en horas de viajes peligrosos por carreteras infranqueables y contingencias múltiples.
Sira también acude a las aldeas más alejadas. Por ejemplo, Santa Clara, situada entre barrancos y precipicios y con un acceso por «carretera» (aquí todas las comillas son pocas) extremadamente peligroso, pero donde se ha creado un consultorio y todos los años se organizan jornadas de educación sanitaria y se trata de paliar la problemática de estas comunidades tan alejadas.
Este año hemos iniciado una campaña de formación de líderes juveniles y religiosos para poder llegar a la población susceptible de tomar acido fólico: las mujeres en edad de procrear. En estas poblaciones, muchas niñas quedan embarazadas en los primeros años de su pubertad. No es suficiente que lo tomen cuando quedan embarazadas ( a la mayoría no se le controla el tiempo de gestación), sino antes, administrando tratamiento crónico complementario con acido fólico a todas las niñas expuestas a un embarazo.
El éxito de la asociación en estas zonas radica en que sus acciones se realizan todo el año, pues se apoya en voluntarios de la población indígena. Algunos son antiguos enfermos a los que se ha ayudado y ahora su agradecimiento los ha convertido en colaboradores excepcionales para apoyar a otros. La asociación subsiste gracias a personas maravillosas, como Kati, Miguel, Diego, Yolanda, Cecilia… Esta última acaba de ingresar en la Facultad de Medicina gracias al apoyo de la asociación Sira tras salir de una enfermedad terrible e incapacitante como la artrogriposis, que le impedía caminar. Ha pasado de arrastrarse de rodillas por su aldea a ser una estudiante con un futuro por delante.
Debo hacer hincapié en una obviedad: para hacer todo esto resulta necesario apoyo económico. Cada año, la campaña de recaudación para financiar estas acciones sanitarias parte de cero, porque todo el dinero de la campaña anterior se utiliza en el terreno. Hasta ahora, la principal fuente de fondos han sido donaciones, lotería, mercadillos ( el más importante es el que se organiza en diciembre en el Colegio de Médicos de Asturias), charlas solidarias y educativas en ayuntamiento y asociaciones vecinales… Puedo garantizar, porque mis ojos lo han visto, que el dinero que recauda la asociación Sira llega a estas personas.
Como llegó a Carlos, el adolescente del que les hablamos al inicio. En su cabaña, donde esperaba una muerte inexorables, pudimos darle la asistencia que precisaba: oxigeno y medicación intravenosa, antibióticos (porque había sufrido una neumonía). Finalmente, después de muchos días entre la vida y la muerte, sobrevivió. Con más de tres décadas dedicadas a la medicina, nunca imaginé que alguien en una situación tan grave pudiese ser atendido en un propio «domicilio» (más comillas).
Para atender situaciones como las de Carlos es importante que la asociación humanitaria Sira se autofinancie con socios colaboradores, de modo que entre todos podamos mantener el ritmo de ayudas durante todo el año y no de manera puntual. Porque la lucha contra la enfermedad no admite interrupciones.
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